[1]
Papá, tú querías un hijo y
en cambio
te nació esta cabeza.
Una planta que crece hacia adentro.
Una uña.
Un estanque.
Por eso dijiste
callado a la placenta: “UN HIJO ES UN HOMBRE”.
Creías que serlo era irse callado de pesca
pescar la vida
sacarla del agua
y me llevas a pescar para que aprenda a ser un hombre
para que saque de la vida algo tibio que matar.
“Matar te hace hombre”, me dijiste.
Creías que serlo era irse risueño de caza
empuñar un rifle a un corazón con astas
reventarle el cráneo a la vida
tú piensas que eso que se inventa el bosque es un hombre
y me llevas a cazar contigo para que lo vea
me enseñas a dispararle a un árbol
a una nube todavía niña en mi cerebro
porque pienso demasiado fácil, dices
porque pienso cosas que se atraviesan
Y en cambio un hombre no arde de útero
dice la-madre-coja-de-las-axilas
ni sangra en los pasillos
ni riega su leche sobre las ecografías abiertas
ni se mete el dedo índice
para tocar a Dios
en un volcán de pélvis.
Una hija mata
pero como un hombre respirando al revés
en mitad del bosque.
Un amor umbilical rodeándote la manzana:
una hija es un ojo que muerde
—una mandíbula de leche—
un anzuelo al cielo de los cabellos
Por eso “pesca la muerte”, dice mamá lamiendo la escopeta
“caza la vida”
como una hija que es un hombre y una cabeza
como un río en una sábana de dientes mastodónticos
y el sexo abierto de las balas
goteando sobre la encimera.