Cartas a mi hermano, 1*
Imagino un baúl para tus hijos y los hijos de tus hijos. Un baúl para el prójimo, como un cuarto infinito, donde pueden esconderse las hijas de Tania y los hijos de Ian. Un baúl-arca que salve algunas preguntas de la lluvia: historias para sorprendernos y reírnos de los desengaños. También un baúl para mis hijos presentidos. Instrucciones para descifrar un lenguaje invisible. Indicaciones para afiliarse a una sociedad secreta. Herencias de una familia escondida con la que hijos que aún no nacen podrán un día reunirse. Son las historias que querríamos salvar del naufragio. Las familias extendidas de la lucha. Algunos objetos mágicos que obligan a contar una historia.
Hoy, en el baúl, una silla de ruedas. Junto a ella, un conjunto de fotos.
Te las mando. Cada una lleva un título:
La felicidad
Léase sonriendo: “Retrato de José Carlos Mariátegui, fundador del Partido Comunista del Perú, en su espacio de trabajo (1929)”.
Y es que los grandes proyectos intelectuales y políticos son siempre también proyectos afectivos. Flora Tristán lo explicó en una carta abierta de 1844: lo característico de los seres humanos es que nadie nace solo. Venimos de la carne de alguien. Somos cuidados y nutridos. El trabajo de los varones en las fábricas depende del de sus hijas y esposas en casa. Los luchadores sociales son sostenidos por sus familias. Todo proyecto intelectual es un proyecto colectivo. Por eso es ilusorio pensar que la felicidad es algo que podamos reducir al mero desarrollo individual. Para Flora Tristán, en que todos necesitamos de todos está la clave para pensar la felicidad socialista.
La sonrisa del viaje
Entre las muchas historias de la literatura y el pensamiento que aún no se han escrito, un día podría escribirse una dedicada a la literatura y el pensamiento de los discapacitados. José Carlos Mariátegui fue uno de ellos. Pasó parte de su infancia en un hospital, y allí aprendió a hablar los idiomas de los enfermos que vivían allí. Se volvió traductor. Nunca tuvo salud completa. Dice Luis Alberto Sánchez que “emocionaba verlo tan delgado, tan débil, tan pálido, erguirse sobre su pierna sana, para hablar de Trotsky y de Lenin, de Pirandello y Mussolini, de Primo de Rivera y de Vasconcelos; y luego, aplacado el fervor, se alejaba renqueando, apoyado en su bastón de lisiado”.
En mayo de 1924, la salud de Mariátegui empeoró y su médico, Carlos Roe, decidió trasladarlo al Hospital Italiano. Su pierna se estaba gangrenando. Mariátegui perdió la conciencia y, según Servais Thissen, hubo una polémica entre Amalia La Chira, la mamá de Mariátegui, y Anna Chiappe, su esposa, a quien Mariátegui había conocido cuando tuvo que exiliarse en Italia. Para salvarle la vida había que amputarle la pierna. Su madre se resistía por razones religiosas, pero al final se impuso la opinión de Anna.
Credencial de corresponsal del diario El Tiempo en Génova, Italia
A pesar de su mala salud, a Mariátegui le gustaba viajar. Los recuerdos familiares hablan de que siempre había una maleta lista para que Anna y José Carlos se fueran de viaje. Me imagino la maleta al lado de la puerta, en la entrada. También ella podría estar en nuestro baúl.
Una política del cuidado
Mariátegui se enteró de que no tenía pierna sólo después de despertar. En los meses posteriores pasó por la única depresión de la que sus biógrafos guardan conocimiento. Según su hijo Javier Mariátegui, Anna había tratado de convencerlo de seguir vivo con las siguientes palaras: lo importante en ti es el cerebro, lo de la amputación se puede corregir con una aplicación ortopédica.
Nos está mirando:
José Carlos Mariátegui convaleciente en su casa del Leuro (1922)
Los luchadores sociales son sostenidos por sus familias, y los grandes proyectos intelectuales son siempre proyectos colectivos… Pero ello no es siempre asumido con la claridad necesaria para discutir en dicha colectividad la repartición de cargas y encargos que hacen posible el sostenimiento de un proyecto y el despliegue de una obra. En el caso de Anna Chiappe y José Carlos Mariátegui sí logró crearse un acuerdo familiar: era necesario mantener vivo a Mariátegui, hacer que su cerebro funcionara. Nosotros ¿cuánto habríamos aguantado?
El estilo literario de un padre en una silla de ruedas
A comienzos de junio de 1925 la familia deja su casa en Miraflores y se traslada a una casa más amplia en el corazón de Lima. Anna renta cuartos a personas extrañas para generar un ingreso adicional. José Carlos escribe, y en su espacio de trabajo juegan los niños. Anna sale a vender los textos que su esposo deja preparados. En una entrevista con César Lévano de 1969, ella recordaba así aquellos años de convivencia familiar, que sostienen una dinámica construida desde el regreso de la pareja al país:
Cuando estaba en casa, a cada momento preguntaba dónde estaban los chicos y qué hacían. Una vez, Carmen Saco le dijo: “oiga, José Carlos, ¿no le molestan los niños?”. Él contestó: “No me molestan. Pueden estar sentados encima de la máquina, y a mí no me molestan".
José Carlos Mariátegui junto a Anna Chiappe y tres niños (1926)
Esa imagen de los niños sentados en la máquina de escribir, trepados a la silla de ruedas o encimados en las piernas de su padre, presente en tantas fotos y testimonios de la época, quizá expliquen por qué el autor sólo escribió textos breves.
Esculpir el tiempo de la resistencia
José Carlos Mariátegui con sus compañeros en el bosque de Matamula (1929)
Anna vigila el tiempo que José Carlos le dedica a la escritura. Hay tiempos para leer y estudiar; tiempos para escribir; tiempos para responder correspondencia; tiempos para recibir a los líderes indígenas y obreros, o a los amigos intelectuales; tiempos para tomar medicinas, para comer y descansar. El cuarto donde recibe a los amigos adquiere un apodo que se ha vuelto legendario en la historia intelectual de la izquierda: el Rincón Rojo. Recuerda Jorge Basadre:
Recibía a sus amigos hacia el final de la tarde, porque reservaba celosamente para su propio trabajo o para entrevistas especiales las horas que otros gastan en las oficinas. Sus visitantes lo encontraban sentado en un sofá, en tanto que una manta cubría la parte inferior de su cuerpo. Él los recibía tranquilamente con una sonrisa en sus labios delgados que no era convencional ni afectada […] Su conversación estaba libre de vanidad y expansiva biografía, de retóricas y vagas banalidades […] Su habitación carecía de decorado, excepto los libros colocados sin orden en modestos estantes a lo largo de las paredes.
Espiritualidad en la fragilidad
Léele esto a tus hijos cuando crezcan. En septiembre de 1924, dos meses después de la operación, la revista radical Claridad, cuya dirección Mariátegui había asumido en enero, publicó la siguiente carta:
Queridos compañeros: no quiero estar ausente de este número de Claridad. Si nuestra revista reapareciese sin mi firma, yo sentiría más, mucho más mi quebranto físico. Mi mayor anhelo actual es que esta enfermedad que ha interrumpido mi vida no sea bastante fuerte para desviarla ni debilitarla. Que no deje en mí ninguna huella moral. Que no deposite en mi pensamiento ni en mi razón ningún germen de amargura ni de desesperanza. Es indispensable para mí que mi palabra conserve el mismo acento optimista de antes. Quiero defenderme de toda influencia triste, de toda sugestión melancólica. Y siento más que nunca necesidad de nuestra fe común […] Nuestra causa es la gran causa humana. A despecho de los espíritus escépticos y negativos, aliados inconscientes e impotentes de los intereses y privilegios burgueses, un nuevo orden social está en formación.
Y en enero de 1925, Mariátegui publicó en Mundial su artículo “El hombre y el mito”. Léeles esto también:
Cualquiera es capaz de navegar en mar de bonanza, cuando los vientos inflan las velas, cuando no hay olas ni ciclones. Lo bello, lo grande y quisiera decir lo heroico, es navegar cuando la tempestad arrecia… La vida, más que pensamiento, quiere decir hoy acción, esto es combate. El hombre contemporáneo tiene necesidad de fe. Y la única fe que puede ocupar su yo profundo, es una fe combativa […] Ni la Razón ni la Ciencia pueden satisfacer toda la necesidad de infinito que hay en el hombre. La propia Razón se ha encargado de demostrar a los hombres que ella no les basta. Que únicamente el Mito posee la preciosa virtud de llenar su yo profundo […] La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual […] La emoción revolucionaria, como escribí en un artículo sobre Gandhi, es una emoción religiosa.
Esto fue escrito por un hombre que vivía en una silla de ruedas.
La vida que me diste
Anna Chiappe se fue desgastando en el siguiente año, al tiempo que José Carlos trabajaba en la organización de sociedades secretas, luchas sindicales, círculos de estudio y proyectos editoriales. Nosotros ¿cuánto tiempo habríamos aguantado?
A fines de 1924 Claridad dejó de salir. En 1925 Mariátegui buscó a su hermano Julio César con la idea de pedir un préstamo que les permitiría comprar una imprenta que les sería mandada desde Italia. En octubre de 1925 fue inaugurada Minerva, primera editorial moderna del Perú, responsable de imprimir los cuadernos con los que los peruanos aprendieron a escribir más o menos hasta los años ochenta. Nunca he visto un cuaderno Minerva, así que no sé si lo podría poner en nuestro baúl.
José Carlos en la inauguración de la Editorial Minerva
Anna es Minerva. La editorial tenía el nombre que en Roma se le daba a la diosa de la sabiduría y la guerra. Minerva es, como Anna, italiana, y en el mito se da a luz a sí misma al salir con sus propias manos de la cabeza de Júpiter. A su vez, la Editorial Minerva dio a luz a la mayor revista de la vanguardia latinoamericana, Amauta, que comenzó a aparecer en septiembre de 1926. Dicen que la palabra amauta significa “filósofo” en quechua. Ése fue el apodo que, a partir de entonces, obreros, indígenas e intelectuales le dieron a José Carlos.
José Carlos Mariátegui junto con Anna Chiappe y su hijo Sandro Mariátegui (1922)
En septiembre de 1926, el cansancio había llevado a Anna a una situación de salud peligrosa. Mariátegui publicó entonces un texto llamado “La vida que me diste”, en donde dice que él volvió a nacer en la carne de ella:
Renací en tu carne cuatrocentista como la de la Primavera de Botticelli […] Como un batel corsario, sin saberlo, buscaba para anclar la rada más serena. Yo era el principio de muerte; tú eres el principio de vida […] Empecé a amarte antes de conocerte, en un cuadro primitivo. Tu salud y tu gracia antiguas esperaban mi tristeza de americano pálido y cenceño […] Por ti, mi ensangrentado camino tiene tres auroras. Y ahora que estás un poco marchita, un poco pálida, sin tus antiguos colores de Madonna toscana, siento que la vida que te falta es la vida que me diste.
En este texto, lleno de belleza, pero también de culpa, el Amauta habla de su renacimiento en el cuidado de su esposa, y declara su dolor por haberle robado la vida. Cuando tus hijos crezcan, diles que así nacemos siempre en la carne de quienes nos cuidan. Ninguna voz es sólo propia: todos necesitamos de todos, carne de carne habitada y presentida.
Epílogo
Cuando muestres esta foto, señala esta silla vacía:
Anna Chiappe junto a sus cuatro hijos (1929)
Anna no murió. Mariátegui sí lo hizo, tres años después. Tenía 35 años. Las “tres auroras”, sus tres hijos, crecieron. Él aún tuvo tiempo de conocer al cuarto. Junto a su madre, convirtieron Minerva en una librería, durante mucho tiempo la más importante de Lima. La editorial fue rebautizada con el nombre de Empresa Editora Amauta. Allí recopilaron la obra dispersa de su padre; armaron libros tejiendo fragmentos, y editaron sus obras completas en tirajes de decenas de miles de ejemplares.
Anna y sus cuatro hijos terminaron de inventar la obra de José Carlos. Son coautores de su pensamiento. “Mariátegui” es una obra colectiva. Seguro hubo desacuerdos. En medio de ellos sostuvieron un proyecto intelectual transgeneracional de vocación emancipatoria, en condiciones de precariedad, signado por la temporalidad del cuidado y de la ternura como fuerza política.
Cortejo fúnebre de José Carlos Mariátegui por la Plaza de Armas (1930)
En sus Cuadernos de la cárcel Gramsci escribió que la historia de las clases subalternas está signada por la dispersión y la discontinuidad. La obra de “Mariátegui” nos muestra que también en los espacios subalternos es posible construir condiciones para la continuidad en el trabajo, y para la transmisión y la reelaboración de las herencias.
* Todas las fotos provienen del Archivo José Carlos Mariátegui, Perú. El autor y lxs editorxs agradecemos profundamente al Archivo y a Ana Torres las facilidades y anuencia para reproducirlas aquí.