Un grupo de profesionistas de la salud, trabajo social y otros voluntarios de derechos humanos se convocaron para colaborar en lo posible en la zona del derrumbe ubicada sobre la calle Álvaro Obregón, en la colonia Roma. El primer esfuerzo fue por visibilizar las necesidades más inmediatas de los familiares que llegaron al lugar y donde tendrían que esperar hasta saber de sus seres queridos. Buscar apoyo para protegerse del clima, la lluvia y el sol, eran las condiciones mínimas pero dignas para que pudieran dormir ahí y esperar. Fue la primera fase
El trabajo era el de acompañar desde un enfoque psicosocial, hacerse presentes. Poco a poco las personas pudieron tener un poco de confianza hacia nosotros, para hablar, para solicitar alguna información o brindar información de lo que íbamos observando. Con el paso de los días este grupo de acompañamiento psicosocial pudo articularse con otros profesionistas y organizaciones de derechos humanos como el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juarez.
El grupo de familiares que esperaba era heterogéneo, de diversas zonas de la Ciudad, del estado de Hidalgo, no se conocían entre sí, era complicado que se organizaran cuando su principal objetivo (en común) era saber que pasaba con sus seres queridos. Los primeros días fueron caóticos, no había información clara sobre lo que ocurría dentro del derrumbe. Las autoridades propusieron hacer filtros de información; cada familia tendría un representante en la zona cero quien recibiría la información referente a su familiar dentro del derrumbe, las maniobras que implicaba el rescate y la posible identificación de su ser querido cuando fuera rescatado.
El Estado tuvo la oportunidad de reivindicarse frente a las personas, de tomar decisiones teniendo a las víctimas y sus familias en el centro de su actuación. Sin embargo decidieron reproducir las mismas actitudes y acciones que he visto en casos de familiares de víctimas de desaparición forzada y otras violaciones graves a los derechos humanos. Repitieron exactamente lo mismo ––la falta de información sobre lo que ocurría y lo que hacían; unicamente ofrecer información a algunos familiares y no a todos (según ellos para mantener la calma); proporcionar información confusa y a cuentagotas; dar información falsa sobre la localización de sus familiares. Este mal manejo de la información hacía que creciera la desconfianza hacia las autoridades y la especulación. Conforme pasaban los días y disminuía las posibilidades de encontrar a las personas con vida, crecían las dudas.
El contraste de este derrumbe con otros fueron los días de espera, en Álvaro Obregón se prolongaron las tareas de búsqueda hasta dos semanas después del sismo, por desfortuna esto sirvió para evidenciar el actuar de las autoridades. Hacer un cerco informativo limitaba el flujo de información, prevenía que los familiares la compartieran con otras personas que también estaban esperando. Los funcionarios les dijeron que no lo deberían compartir ––si estaban o no vivos, en qué estado encontraban algo, etc. ––para no generar más angustia entre los demás familiares. Con cada familiar en la zona cero había una psicólogo acompañado. En algunos casos se sentían bien con ellos, en otros los psicólogos sirvieron de medio para presionar o revictimizar a los familiares.
Las autoridades se resguardaban tras las vallas que separaban al campamento de familiares de la zona cero. Decían que era como medida de seguridad, pero yo me preguntaba, ¿por qué sentir miedo de un grupo de familias que lo único que exigen es información?
La presencia del ejército armado en algunos momentos generaba tensiones. ¿Por qué tenían que estar armados en una zona de desastre en el momento de rescate? Sabemos que son formas de control y prevención en caso de un brote de violencia, pero esto sembraba aún más miedo. Lo que querían los familiares era la mínima certeza que iban a recibir a sus seres queridos, no podían no tener el cuerpo. La falta de información incrementaba el temor de que se hiciera algo con los cuerpos o que no se entregaran. Un familiar mencionaba que les harían lo mismo que a los 43, se refería al temor de no saber que pasa y pasaría con sus familiares y la desconfianza hacia las autoridades.
Los rumores que circulaban era que estaban sacando los cuerpos por la parte trasera del edificio, y que los estaban llevando al semefo. Estos rumores se fueron confirmando; familiares que habían recibido información sobre la localización y rescate, pasaron un fin de semana esperando el cuerpo de su familiar, pero ya no estaba ahí, si no en el semefo. Las autoridades sabían eso, sin embargo alargaron la angustia y el dolor que estaban viviendo la familia durante un par de días. Fue una tortura psicológica. Las otras familias al enterarse de lo que estaba pasando se organizaron para buscar a sus seres queridos fuera de la zona de derrumbe.
En algún momento llegaron autoridades para ver cuántos familiares estaban en el campamento y para preguntarnos si había “focos rojos”; se referían a si había posibles narcos o la posibilidades de un brote de violencia. Ellos querían que les dierámos esa información para planear como controlarlos. Para ese entonces lo que ya había era gente organizada, como la familia mazahua y los comerciantes. Y sí, ellos podían convertirse en un “foco rojo”, no de violencia, pero sí de exigencia.
En esos momentos era cuando los familiares en la espera de noticias de sus seres queridos, decidieron compartir la información. Una segunda fase empezó cuando el tiempo de espera ya era demasiado; llamaron a los medios, a las autoridades de alto rango tanto de la Ciudad de México como del gobierno federal para que se hicieran responsables. Algunos comenzaron a dar entrevistas a medios de comunicación y exponer sus casos. Que los familiares dieran entrevistas ayudó para exigir la verdad. Ellos habían visto en los medios lo que ocurría en otros lados, en casos concretos, como el de los 43, y nos decían, “nos pueden hacer lo mismo, desaparecer el cuerpo y nunca lo vamos a volver a ver ni poderlo enterrar”.
Comenzaron a organizarse.
En lo que se fue insistiendo era cómo forzar a las autoridades que dieran lo básico, un trato digno. Las exigencias eran que las autoridades entraran al campamento, que dejaran de mentir y hablaran directo. Eso transformó la dinámica del campamento. Daban tres informes al día sobre lo que se esperaba esa jornada. El trato por parte de las autoridades cambió. Los cuerpos no saldrían de la zona sin ser identificados por sus familiares.
Los patrones repetidos y observados en otros escenarios: trato indigno, el silencio y sus estragos en quien espera, falta de información, dividir a la gente con falsas promesas, ignorar las exigencias de las personas, pensar que las personas no sabrán qué hacer con la información, pretender que controlan el miedo, el enojo y la angustia de quienes solo quieren a sus familiares de vuelta, el uso de rumores, generando desconfianza, aislamiento y fragmentación. Esta repetición de hacer las cosas mal es una forma perversa de control social.
Frente a una catástrofe como ésta, claro que provoca pánico en la población, las autoridades claro que tenían que actuar, pero no despreciando, ni imponiendo el silencio. Controlar la información, bajo el pretexto que no hay que angustiar, genera el efecto contrario, la aumenta. El no tener información genera más desesperación, enojo para los que tenían que esperar. El efecto contrario a la imposición del silencio fue justo la organización de las familias, haciendo público y rompiendo el cerco en el que los pretendían mantener.
Edith Escareño es psicóloga social.
Este texto forma parte del proyecto www.documentadesdeabajo.org